Hoy quiero contarte algo muy personal que me sucedió este mismo mes…
Contexto…
Como tal vez sepas, este año he hecho un cambio que para mí ha sido muy importante. Ha sido un cambio en relación a mi alimentación. Llevaba mucho tiempo “somatizando” por esa vía mis preocupaciones, dolor, emociones no resueltas, estrés… y este año pude por fin tomar las riendas. Ha sido un camino de mirar hacia adentro, de dejar de posponer, de mirarme de frente a mí y a todo lo que llevaba muy dentro. Está siendo un proceso muy bonito y que te recomiendo iniciar. Al final, es una adicción más… hay gente (para no ver, para no sentir…) se se hace adicta a la televisión, al móvil, al tabaco, a la comida, al alcohol o a cosas más duras… En mi experiencia, la gente lo utiliza para “llenarse” no sentir el vacío, para no mirar hacia lo que hay, porque a veces causa tanto dolor que elegimos ignorarlo. Pero esto no funciona… porque nos acabamos haciendo daño. Y no es un daño de “me voy a morir antes”, sino un daño en “cómo va a ser mi edad adulta”…
Resumiendo, estoy muy contenta con tener el control de mi alimentación y de haber hecho ese “clic” con el que soy yo la que elijo lo que como (cuando, cuanto…).
Comienza la historia
Un día pasó algo raro, llegué a casa y no me hice mi comida (hago un menú para mí porque quiero ir perdiendo el peso que me sobra y para desinflamarme, etc.), comí lo que tenía mi peque y mi chico. Hasta aquí más o menos normal, pero… comí mucho más que otros días y además comí postre y varias cosas que encontré por casa; esto ya no me estaba pasando desde hacía bastante tiempo, así que comencé a poner atención, ¿qué está pasando? No lo anulo, no lo juzgo, decido observar. Al final de la tarde, cuando llegué de trabajar, ¡tenía todavía la comida sin digerir! Era una sensación muy desagradable, no pensaba ni siquiera cenar. Pero… (de nuevo) comienzo a cenar. Y no una ensaladita… sino ¡pizza! Cosa que no comía desde hace un montón, y que ya de normal no es fácil de digerir para mí. Me observo y siento que es una pérdida de control, pero bueno, entiendo que tiene una causa.
Consecuencia
Cuando acabamos (no comí mucho porque literalmente no podía), como cada noche hacemos nuestra rutina para ir a dormir, me tumbo con mi peque y me quedo súper dormida. A las dos horas me despierto y me voy a mi cama. No puedo dormir, cosa súper rara en mí, me duele muchísimo la tripa, estoy un rato en la cama pero al final me tengo que levantar y acabo vomitando. Tal vez esto es normal para algunas personas pero yo ¡jamás vomito! Comiera lo que comiera mi estómago lo aceptaba, lo digería con más o menos dificultad y punto. He estado así muchísimos años, más de 25… (esto ya es una pista, jeje)
Bueno, pues hacia las 2 de la mañana, cuando acabo de vomitar, me siento en la cama, paro y me pregunto: ¿qué me pasa?. Me escucho. En dos segundos viene la respuesta, miro la fecha, 19 de agosto. Un año más: el aniversario de la muerte de mi madre. 28 años ya sin ella… y todavía sigo “somatizando” el dolor. En ese momento me lleno de tristeza, no solo por ella, sino por pensar: ¿es que no va a dejar de dolerme nunca? En ese momento llega mi chico y me dice: ¿sabes qué? Este año es distinto. Porque ya está: has comido mucho, pero has vomitado y ya está resuelto. Duerme y mañana estarás bien. Sus palabras me alivian y me hacen pensar, me hacen darme cuenta de que hay un cambio, y no uno pequeño, sino ¡uno gigante!
Explicación
Durante muchos años de mi vida he comido para llenar un vacío y así dejaba de sentir, me desconecté mucho de mi cuerpo.
Pero tras todo el trabajo que voy haciendo en esta ocasión fue distinto, mi dolor, mi “automatismo” me llevó a hacer lo mismo: como y no siento su ausencia. Pero mi cuerpo dijo NO, por aquí no. Y por eso tuve que vomitar. No sé si puedo llegar a transmitirte la gran importancia que esto tiene. Mi cuerpo y todo mi sistema ha cambiado, el ajuste que antes usaba para no sentir, ya no le sirve. Ahora soy más consciente y sobre todo: ahora ya NO ME HAGO DAÑO por mucho que me duela su ausencia . Porque no me merezco eso, porque uno de los compañeros de camino para el crecimiento personal, es el amor propio y mi cuerpo dijo NO a esa acción que le dañaba, yo dije NO.
Conclusión
Hay una parte de mí que sigue pensando: ¿nunca se me va a pasar? Porque llevo toda mi vida luchando contra esa idea… Y después de mucho tiempo he entendido que: no, una parte de mí siempre va a necesitar a su mamá, una parte de mí no va a dejar de estar triste, una parte de mí siempre la va a echar de menos. Y no pienso negar esa parte de mí, porque yo soy eso también. Pero, ¿sabes qué es lo bueno? Que esa parte cada vez es más pequeñita y cada vez soy más capaz de abrazarla, de reconocerla, de amarla…
Esto es fruto de mucho trabajo, el no negarnos, el aceptarnos, el amar cada una de nuestras partes, de nuestras “neuras”, como lo más bonito del mundo, es uno de los sentidos de esta vida (sí sentidos, porque no iba a haber solo uno).
Para finalizar te invito a tomar conciencia de otra cosa más. Tú subconsciente está ahí, la información está disponible para quien sabe preguntar y escuchar. Cuando preguntas, antes o después llega la respuesta. Te animo a practicarlo. Me parece algo súper enriquecedor e importante, y además, cada vez llega antes y con más claridad, créeme 😀
Por cierto, 12 días después puedo decirte que mi cuerpo se ha desinflamado más aún y que cada día estoy más a gusto cuidándome. Reconocernos, aceptarnos… nos hace libres. No niegues nada de ti, abrázalo.

Suscríbete a nuestra newsletter para estar al día de todas nuestras novedades.
Yo tb estoy dando visibilidad a mis emociones que antes estaban escondidas y no podía sentir. Gracias por compartir. Un abrazo
Bravísimo!! esa es una buena decisión 😀
Me parece, muy, interesante lo que he leído.
Estoy enferma y decaída anímicamente.
Hay que fijar un rumbo y comenzar a andar 🙂